«Si me mandas a clase, me quito la vida»

Funete: El Comercio
Fecha: 26/02/2017

Le da «cosa», «vergüenza» contar que tiene miedo, que le pegan y que no sabe por qué razón un día llegó a su casa y comenzó a golpear la pared de su habitación como un loco. Los nudillos magullados dan fe de la rabia con la que este crío que en junio cumplirá quince años vive desde que «en el primer trimestre del curso pasado ‘él’ empezó a meterse conmigo, a llamarme ‘maricón, hijo de p…’».

‘El’ es su acosador, un chaval mayor, quizás el más alto de la clase; con el que el hijo de Francisco Javier Lavandera Villazón, extestigo del 11-M, tiene que enfrentarse cada día en el instituto. Las heridas en los nudillos son lo de menos porque al menos sirvieron para hacer saltar las alarmas. Lavandera entendió así que el asunto iba en serio, que no se trataba de una chiquillada, porque entonces fue cuando su hijo le noqueó: «Papá si me mandas a clase, me quito la vida». «¡Madre de dios! Se me cayó el cielo a los pies», dice. Le vino a la cabeza aquel diciembre de 2004 fatal, en el que Elizángela Barbosa Guimaraes, su mujer, la madre de su hijo, se sumergió en las aguas del Cantábrico y murió. El niño tenía entonces un año y Lavandera se encontraba recluido como testigo protegido ante las investigaciones del atentado del 11 de marzo que vinculaban a los terroristas con traficantes de explosivos y hachís asturianos a los que él conocía y había denunciado.

Los actos de los acosadores alcanzan cotas de crudeza insospechadas. ¿Qué hará click en el cerebro de un chaval de 16 años para espetarle en la cara a un compañero de clase que «tu madre se suicidó porque apestas y no te aguantaba»? Cosas así le dicen al hijo de Lavandera, según relata el propio niño. La Policía ya está en el caso.

Hubo un nuevo episodio que llamó la atención de su padre: «Le fui a buscar el lunes al colegio y les pillé corriendo detrás de él, eran tres y le estaban dando collejas en la cabeza». Lavandera no medió. «No puedo. ¿Se imagina que yo llamo la atención a unos chavales, con la fama que arrastro…? Aunque por experiencia propia tengo mis dudas sobre cómo funciona la justicia, prefiero acudir a la Policía y eso es lo que hice».

El martes se presentó en la Comisaría de Siero para formular una denuncia. «Nos atendieron muy bien, primero un policía y luego una mujer». El protocolo para afrontar este tipo de casos ya está en marcha: el próximo martes, el niño tiene cita con el psicólogo y el miércoles, con la Fiscalía de Menores. «Quiero ir hasta el final», dice. Y ello a pesar de que nada más conocerse que iban a denunciar, el acosador, al que no se identifica en esta información por tratarse también de un menor de edad, envió un whatsapp al móvil de su víctima diciendo textualmente: «Como me llegue la denuncia te juro que te cruzo la puta cara de gordo que tienes… Que ya me lo contaron chaval». Porque la comunicación en las aulas funciona así. Los profesores crean grupos de whatsapp para mandar los deberes y avisos a todos los alumnos, y, claro, su agresor también conoce su número de móvil. «El año pasado avisé a los profesores de lo que estaba pasando con este matón, me dijeron que habían iniciado el protocolo ‘antibuying’, pero ya ve incluso los ponen juntos en un grupo. Lamentable».

Echarte atrás

El crío quiso echarse para atrás con la denuncia, pero su padre insistió. «Todo se va a arreglar», le dice. Y añade: «Lo que pasa es que mi hijo es muy inocente, siempre lo fue, un día me dijo su profesora que no lo pasaba al instituto porque ‘si pasa lo matan’. Ahora entiendo a qué se refería. Y luego lo de siempre, quien se tiene que ir en estos casos es la víctima».

El calvario comenzó el curso pasado. Los dos chavales empezaron a coincidir en algunas clases. Insultos, empujones sutiles… «Empezó a meterse conmigo de la noche a la mañana. Me pincha con un imperdible, lo abre y me pincha».

-Y ¿por qué no dijiste nada?

-«No lo dije por miedo y vergüenza. Y cuando le dije que iba a contarlo… que me iba a rajar a mí y a toda mi familia».

Y luego está la soledad. «Es como un líder. Me pone a la gente en contra. Solo hay uno que me apoyó y me dijo que ya llevaba dos años aguantando que lo dijera; el resto, pues nada…». Después de las vacaciones de verano, el acoso se acentuó. «Estaba en el baño. Entró y me dio un bofetón, me tiró las gafas y me las rompió».

-¿Sin mediar palabra?

-«Nunca media palabra. Y yo tampoco, me quedo como en shock. ¡Qué voy a hacer si es más alto que yo! A mi padre le dije que me había caído».

Otro día le amenazó con unas tijeras. «Llegó diciendo ‘qué buena estaba esta ‘maría’, cuando la fumo vengo muy fuerte’ y sacó unas tijeras».

El miedo pasó a impotencia y al hijo de Francisco Javier Lavandera no se le ocurrió otra cosa que darse de golpes con la pared. «No me gustaría que le pasara ni a mi peor enemigo, es algo que te deshace», espeta con una coherencia que sorprende para su edad porque hasta ese momento ha estado contestando a la entrevista cabizbajo y trastabillándose al hablar.

-¿Crees que estos ataques tienen algo que ver con quién es tu padre?».

-«No para nada», dice, y Lavandera le interrumpe: «¡Qué va! Lo que pasa es que ese es el típico matón de escuela y mi hijo es de los que pone la otra mejilla, demasiado bueno. Pero me lo están destrozando».

Apasionado de los animales

El crío, con sus pecas y sus gafas, fan del Real Madrid y apasionado de los animales, sobre todo de su pastor belga ‘Fu’, hablaba por los codos y ahora dicen en casa que no hay quien le arranque una palabra. «Di algo fíu, cuéntame algo y nada. A mí hasta me cabrea, con lo alegre que era…». Tampoco es de extrañar. El otro día por ese miedo que lleva acumulando optó por ir al baño de niñas para evitar encontrase con su acosador. Pero le vieron unos profesores y le reprocharon su conducta. «A saber qué estás haciendo ahí», le comentaron, protesta su padre.

Por eso ahora no quiere volver a clase, a pesar de que el director al ver que lleva casi una semana sin asistir contactó con la familia para preguntar por el chiquillo. «Le comentó a mi hermano que había que arreglarlo y llegar a un acuerdo, que un día ya les dijeron que se dieran la mano… Es mentira, nadie le tendió la mano. Con la vida de mi hijo no se hacen pactos. Voy a ir hasta el final, como si lo tienen que cambiar a un centro en Gijón para alejarlo de aquí». De Vega de Poja, la aldea de Siero donde vive junto a su abuela, su tío y su padre desde hace cinco años y donde los únicos amigos que tiene «ladran, pero al menos le quieren de verdad».

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