Mamá, no soy niño

Fuente: El País
Fecha: 27/01/2018

«En mi partida de nacimiento pusieron ‘varón’, nunca me preguntaron», dice Carmen. Padres y menores transexuales relatan su experiencia y el camino que queda para la normalización

Un sábado de abril de 2016, en su piso de Madrid, Carmen García de Merlo se puso unos pantalones vaqueros ajustados, una peluca larga, un niki a rayas y unas botas azules que había comprado a domicilio. Tardó 50 años en llegar desde su cuarto hasta la calle. Fue el tiempo que pasó hasta que Carmen decidió mostrarse públicamente como había sido siempre, mujer. Cruzó así vestida el pasillo de casa, y a los 50 años de espera le añadió media hora pegando la oreja en la puerta para no cruzarse con algún vecino. Recuerda que era una tarde agradable, que la Gran Vía estaba llena de sol y de luz, y que la clandestinidad había hecho mella: con los pantalones tan ajustados, fuera de casa necesitaba el bolso que nunca llevaba dentro. Recuerda también que se subió a un autobús para ir a Kinépolis, que por primera vez hizo cola en el servicio de mujeres, que en el metro la miraban sin disimulo y que a ella le daba igual porque, después de más de medio siglo, «estaba contentísima de ser yo».

Carmen es abogada y enfermera. Habla en la sede del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM) mientras atiende las últimas demandas del colectivo transexual referidas a la Ley Integral de Transexualidad de esa comunidad. «Yo me crié en Valdepeñas en los años sesenta. Empecé a ser consciente de que no era un niño a los cuatro años. A esa edad jugaba a intercambiarme ropa con mi hermana, luego lo seguí haciendo sola. A los 11 me encerraba en mi cuarto y me vestía con su ropa, me miraba en el espejo, me reconocía a mí misma. En aquellos años lo que me pasaba no tenía nombre. Yo era mujer. ¿Pero transexual? Entonces esa palabra no se escuchaba en ninguna parte. Empezó a hacerse familiar en los ochenta». Una semana después de la conversación con EL PAÍS, Carmen le escribió una carta a la juez María Elósegui, famosa esta semana por sus declaraciones homófobas. «Aunque en mi partida de nacimiento escribieron ‘varón’, nunca me lo preguntaron: pasé toda una vida de represión hacia mí misma».

Rut y Mario, nombres supuestos de una pareja que vive en Roma, decidieron que le iban a preguntar a su hijo de qué genero se sentía. O más bien, dejar que el niño lo descubriese por sí mismo. Cuando Rut se quedó embarazada, los dos se enfrascaron en un debate sobre la educación de su primer hijo. Mario, profesor catalán, se pone al teléfono para hablar de su bebé de cinco meses, razón por la que prefiere proteger su identidad. «Primó que vivimos en Roma y no en Suecia», dice para referirse a la libertad con la que una de sus mejores amigas, que vive en el país nórdico, educa a sus hijos. «Pero al nuestro», dice Mario, «vamos a intentar hacerle ver desde el principio que no existe una esencia totalmente masculina ni femenina». De momento, no corrigen a nadie cuando les dice «qué bonito el niño» o «qué bonita la niña», y la ropa, heredada, se la ponen indistintamente sea de niña o niño. Los primos del bebé lo siguen haciendo a los siete años: dependiendo del día se ponen falda o no, según les apetezca, sin atender a roles convencionales. «Hay dos formas de explicar el hecho trans. Una, más clásica, dice que se ha nacido en el cuerpo equivocado. Hay otra, de Paul B. Preciado, que prefiero: las personas son demasiado complejas para reducirlas a una esencia femenina o masculina; se actúa como hombre o como mujer, a veces como las dos cosas, a veces como ni una cosa ni la otra», dice Mario, que recuerda que es más conveniente hablar de ‘comunidad trans’, el colectivo que incluye a transgéneros, identidades de género que no se corresponden al género asignado al nacer..

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