EE UU excluyó de la carrera espacial a mujeres que superaron a los hombres en las pruebas

Fuente: El País
Fecha: 01/06/2018

EE UU excluyó de la carrera espacial a mujeres que superaron a los hombres en las pruebas

Un documental recupera la olvidada historia de las pioneras que fueron discriminadas por la NASA

«¿Hay sitio en nuestro programa espacial para una mujer? Bueno, podríamos haber enviado a una mujer en lugar de al chimpancé», dijo Gordon Cooper en una rueda de prensa, provocando la carcajada de los periodistas. Cooper, entonces uno de los siete primeros candidatos a astronauta de EE UU, ni siquiera es consciente de la barbaridad que acaba de decir y sonríe al ver la reacción de la prensa. Esta anécdota sirve para ilustrar el contexto en el que luchaban las Mercury 13, las mujeres que pudieron ser astronautas de no ser por el machismo imperante en la NASA y el gobierno estadounidense.

Era un tiempo, a finales de la década de 1950 y principios de la siguiente, en que la URSS ganaba todas y cada una de las metas volantes de la carrera espacial. Pero hubo una que EE UU regaló en bandeja por un prejuicio machista que hoy sería ilegal, discriminando de forma explícita a un grupo de mujeres con gran experiencia a los mandos de aeronaves. Habían superado todas las pruebas, incluso superando a los hombres en muchos casos y en muchos exámenes. Los estadounidenses estaban en condiciones de ganar la carrera de poner a la primera mujer en órbita. Tenían las candidatas idóneas, pero también tenían mucho más sexismo.

Esta historia la ha rescatado ahora Netflix en el documental Mercury 13, el nombre de aquellas trece mujeres ninguneadas por serlo. Finalmente, la primera mujer en el espacio fue la cosmonauta Valentina Tereshkova, recibida como una gigantesca heroína por los soviéticos y que sirvió para hacer un nuevo alarde de propaganda. Le habían dado «otra gran victoria a los rusos. ‘B’ no para de pensar en lo estúpidos que eran estos hombres», dice en el documental el marido de Bernice Steadman, una de las candidatas, en referencia a los que las habían dejado en tierra.

A finales de los 50, el médico aeroespacial Randy Lovelace diseñaba las exigentes pruebas que deberían pasar los aspirantes a astronauta. Y estaba convencido de que las mujeres tenían condiciones que las hacían tener ventaja sobre los hombres. Para empezar, su tamaño: los candidatos masculinos no podían superar 1,80 metros. «Pensó que se ahorraría combustible y oxígeno con las mujeres», explica la divulgadora y física Sara Gil. Pero al realizarle las pruebas a la piloto Jerrie Cobb descubrió el potencial de las mujeres. Así que decidió montar un proyecto en paralelo, y en absoluto secreto, para reclutar a las mejores de entre las magníficas aviadoras que se habían formado tras la Segunda Guerra Mundial.

La primera de las tres fases del entrenamiento, las pruebas psicológicas, ellas la superaron con mucha mejor nota que los hombres, a pesar de que las sometieron a pruebas más duras, como el tanque de aislamiento sensorial. Donde muchos pilotos de combate perdieron los nervios, las aspirantes batieron récords de aguante. Finalmente, Cobb obtuvo una nota global en todas las pruebas que superaba al 98% de los candidatos masculinos. Pero se quedó en tierra.

«¿Por qué crees que existe la necesidad de llevar mujeres al espacio?», le preguntaron a Cobb. «Por lo mismo que existe la necesidad de llevar hombres. Si vamos a enviar a un humano, deberíamos mandar al más cualificado. En algunas áreas las mujeres tienen mucho que aportar y en otras los hombres». Sus palabras eran indiscutibles, sobre todo a la luz de sus resultados, pero de nada sirvió. En cuanto lo conoció, la NASA tumbó el proyecto paralelo de Lovelace, que ya estaba convencido de que ellas eran cuando menos tan aptas como ellos. El vicepresidente Lyndon Johnson dejó escrito: «Paremos esto ya».

Cobb acudió al Congreso a luchar contra esta discriminación, pero solo encontró rechazo: el que hubiera sido su compañero, John Glenn, testificó que las mujeres no debían ir al espacio porque era una cuestión de «orden social». «Es solo un hecho», aseguró Glenn, «los hombres van y luchan en las guerras y vuelan en los aviones y vuelven y ayudan a diseñarlos y construirlos. El hecho de que las mujeres no estén en este campo es una realidad de nuestro orden social». Pasado un tiempo, en junio de 1963, Tereshkova daba 48 vueltas a nuestro planeta, cuatro meses después de que Glenn diera tan solo tres.

«La NASA contrató a Cobb como consultora en asuntos de mujeres, pero luego le dio poco que hacer», recuerda Gil, que ha lanzado un videojuego llamado Astrochat para popularizar a las mujeres pioneras de la astronáutica. «Soy el consultor menos consultado de cualquier agencia gubernamental», se quejaba Cobb después de un año de trabajo, pocos días antes de dejar el puesto. Cuando lo hizo, lo más cerca que había estado del espacio exterior fue cuando la dejaban posar con una cápsula espacial Mercury para los periódicos. «Sin duda todo fue culpa de un prejuicio de género bastante claro: de hecho, les reconocían que si les abrían la puerta también tendrían que abrírsela a los negros», recuerda Gil.

Mientras estuvieron en el debate público, estas mujeres sufrieron todo tipo de comentarios de la prensa que no ayudaban en absoluto, algo que sigue sucediendo hoy en día, con comentarios en torno a no estropear su peinado con el casco o como cuidar de su familia en órbita. Estas mujeres, volcadas en sus trabajos como pilotos de pruebas, se veían obligadas a manejar los protopipos en vestido y tacones para atraer la publicidad gratuita de la prensa.

Hasta veinte años después, en 1983, EE UU no puso una mujer en el espacio, Sally Ride, que también detestaba lidiar con la estupidez sexista de los periodistas. Pero las Mercury 13 todavía tardarían más en ver a los mandos de una nave a una piloto como ellas. Eileen Collins, primera piloto y primera comandante de un transbordador, las invitó a su pionero lanzamiento en 1995. En cuanto se enteró, la NASA quitó a las invitadas de Collins de su lista y las convirtió en invitadas VIP, según recuerda la astronauta en el documental. La imagen de esas ancianas mirando la nave entre lágrimas es una montaña rusa de alegría y frustración: «Ella pilota. Esa mujer está en el asiento del piloto», dicen emocionadas.

El documental recupera la olvidada historia de estas mujeres y plantea una pregunta decisiva, sobre todo en el contexto de la primera gran victoria de EE UU en la carrera espacial. Cómo hubiera cambiado la historia, sobre todo la de las mujeres, si en julio de 1969 hubiéramos escuchado: «Es un pequeño paso para una mujer, pero un gran salto para la humanidad».

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